miércoles, 7 de abril de 2010

Yamato, los tambores del Japón


Las luces al interior del Teatro Metropólitan se esfuman poco a poco, la oscuridad invade todo a su alrededor. Los espectadores centran su mirada en el escenario, donde posa un gran Odaiko (gran tambor) esperando a ser detonado. De pronto, sin previo aviso, un cántico agradeciendo a los dioses (Kami-sama, arigatou) se propaga hasta los más íntimos rincones del lugar, lo que significa que el Matsuri (祭、fiesta, celebración) ha comenzado.


Desfilando uno detrás de otro, los 13 integrantes del grupo Yamato aparecen finalmente en escena, cada uno tocando un Hirado-daiko (tambor plano, parecido al pandero) y cantando Kami-Sama arigatou. Es difícil calcular la edad de cada uno, pero teniendo en cuenta el año de la formación del grupo (1993), puede pensarse que tal vez tengan entre 30 y 40 años.


Una vez tomadas sus posiciones, cada integrante recoge del suelo su bachi (palos de madera) y tras una breve pausa de silencio, comienzan las percusiones a hacer eco por todos lados. El sonido, la sincronía de movimientos, los hermosos vestuarios y los gritos para marcar el ritmo de cada pieza, hipnotizan inmediatamente a los espectadores. No hay tiempo ni forma de pensar, todos han caído en un hechizo propagado hacia los oídos, pero que termina por cautivar todos los sentidos.


Al término de cada interpretación no hay silencio alguno, las pausas han quedado reservadas para el intermedio. En lugar de eso, un aplauso atronador toma el lugar de los imponentes taikos, los cuales pueden ser de dimensiones superiores a las de una persona.


No obstante de ser llamados “Los tambores del Japón”, otros instrumentos igual de tradicionales para los nipones son utilizados en esta celebración. Es turno del Shamisen (banjo japonés de tres cuerdas), ese instrumento cuyo aprendizaje es esencial en la formación de las Geishas. Las interpretaciones corresponden a las féminas de la agrupación, las cuales permanecen en cuclillas durante todo su recital.


Pasando un intermedio de 15 minutos, todos los elementos vuelven a mezclarse, pero esta vez uno de los integrantes voltea a ver al público y pide su ayuda para marcar el ritmo con aplausos y gritos. Entre jugarretas y charadas todos ríen, ahora si es una verdadera fiesta, un verdadero Matsuri.


Tras dos horas de espectáculo, risas, sonidos cautivadores y deleites auditivos, el Matsuri concluye, la despedida es inevitable. La misión de llevar el festival a otros lados de la República impide a los capitalinos seguir disfrutando este bello concierto.


Aplausos ensordecedores retumban por todo el Metropólitan, el público se ha puesto de pie, el constante golpeteo de las palmas parece no cesará nunca. Dos de los integrantes piden silencio y haciendo una reverencia pronunciada gritan: “Viva México”, lo que desata una vez más la celebración, un festival dedicado a la vida y a los dioses que la resguardan.

1 comentario:

  1. Afortunada por no ser plana y neutra como tanto tienden a ser las notas asi, es afortunado el tener palabras a traducir y conceptos a explicar del mismo modo que ambientes a relatar. Me gusta que no se sienta frio.

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